Sunday, March 08, 2009


NO TODOS LOS CUENTOS


ADIV EL GIGANTE
Adiv era un gigante tan grande y tan fuerte que tan sólo aquellos con el don de la imaginación podrían llegar a verlo. De mirada profunda, tanto como la mar, sus ojos, escondían el infinito y todas las preguntas que se sumergían en él. De su corazón, nacían las mariposas que migraban a su cabeza. Su padre siempre lo dijo, “este niño nunca está”. Su cuerpo era fuerte y sensible como un entramado de enredaderas. Su amigo y compañero de viaje era un meteorito fugaz llamado Meteoro, que viajaba a gran velocidad por el universo en busca de nada. Su cuerpo estaba compuesto de un material altamente energético. Era presa de su energía e incapaz de estarse quieto en ningún sitio. No pasaba más de una semana en un planeta.
Meteoro en uno de sus viajes conoció a Adiv, que en ese entonces era un joven preguntón sin respuestas.
- ¡Meteoro! ¿Es verdad que hay un mundo lleno de vida en otra galaxia?
- Si, así es. Yo lo he visto.
Los ojos de Adiv se llenaban de ilusión.
- Si quieres, yo puedo mostrártelo.
Era tanta la alegría de Adiv, que sin saber que decir permaneció callado.
- Solo una condición - añadió Meteoro - el viaje será largo y sólo cuando lleguemos a tu destino podremos despedirnos.
Pobre Meteoro, llevaba tanto tiempo sólo que hubiera hecho cualquier cosa por tener un amigo.
- Hecho - respondió Adiv sin casi escuchar las palabras que salían de su boca.
Meteoro era extremadamente pequeño en comparación con Adiv. Para que ambos pudieran emprender el viaje, Adiv debía abrazarlo, y esto a Meteoro le encantaba. Adiv cubría prácticamente todo el cuerpo de su amigo, pero para Meteoro esto no era ningún problema, pues solo tenía que cerrar los ojos e imaginarse el sitio al que querían llegar. El viaje duraba tanto como su imaginación.
Adiv y Meteoro viajaron de planeta en planeta en busca de vida, pero sólo encontraron arena y desierto. La vida era un espejismo, un sueño, una palabra; y lo peor de todo es que todos habían oído hablar de ella, pero ninguno la había visto, nadie sabía cómo era. Decían que era tan grande que sólo siendo más grande que el horizonte podríamos llegar a verla. Otros decían que pequeña, tanto que no había ojos que la vieran. Hay quien se atrevía incluso a decir que era más rápida que la vista. Aún teniéndola en tu propia espalda jamás llegarías a percibirla, como mucho a imaginarla y es así como la vida permanecía viva en el universo.
Durante el viaje, Adiv alimentaba la imaginación de Meteoro de sensaciones, imágenes y colores.
- ¡Verde Turquesa!- Y llegaron al planeta Esfera. Parecía un boliche gigante. Su superficie resbaladiza era imposible de pisar.
- ¡Grande como el infinito!- Y llegaron al país del horizonte. A medida que caminabas, él se movía a tu misma velocidad, pero en sentido contrario.
- ¡Marrón sabio!- Y llegaron a la Tierra. Pero ésta, no era como la que hoy imaginamos. Sus montañas estaban cubiertas de arena rojiza, los volcanes eran negros como la sombra y el mar no era más que desierto.
- Tierra, ¿es verdad que en este planeta hay vida?
- Sí, así es - le contestó.
- Y ¿Dónde está?- Adiv se reía. - Llevo mucho tiempo buscándola.
- Ya la verás, se paciente -le respondió, y sin decir más permaneció callada.
Meteoro estaba sorprendido, en su larga vida fugaz no había encontrado nunca indicio alguno de vida, como mucho había oído hablar de ella.
Cuando conoció a Adiv, éste le había mentido por compañía y ahora estaba apunto de perderlo.
Los días en la Tierra se esfumaban y la vida no aparecía. El mundo no era muy grande y Adiv ya le había dado varias vueltas.
- ¡Adiv!-
- Si, Meteoro-
- ¿Recuerdas el día que nos conocimos? Tú me preguntaste por vida y yo te dije que conocía un lugar donde existía, pero no te fui sincero. Quería tenerte siempre como amigo, no esperaba encontrar aquello que buscabas y ahora hay algo dentro de mí que no me deja parar. Debo partir.
¡Qué decepción para Adiv, tantos viajes juntos y todo era mentira! Pero lo peor de todo, dudaba realmente de la veracidad de la Tierra.
- ¡Ya nunca encontraré vida! - Se dijo, y la tristeza inundó sus ojos de lágrimas saladas. Se sentía impotente ante tanto esfuerzo en vano. Sus lágrimas fueron mojando una a una la superficie seca y negra que pisaba y el volcán se encontró con su mirada pálida y triste.
- Buscas vida y ahí la tienes -le dijo la Tierra. - Tus lágrimas son el espejo de tu alma. Tú eres lo que buscas. Tú eres la vida.
Era increíble, de sus lágrimas nacían luces. Millones de pequeños destellos llenaban ahora la superficie del volcán. Sentía como si su cuerpo se deshiciera.
Meteoro, contento y triste, comenzaba ya a dar vueltas a la Tierra. Había retardado mucho su partida y su cuerpo lleno de energía no podía esperar más. Se disponía a decir adiós… Cuando un manotazo de vida frenó su partida. Meteoro intentó escapar, pero fue inútil. Adiv lo había agarrado con mucha fuerza. Lo cobijó en su pecho al mismo tiempo que abrazó a la Tierra.
Dicen, que la explosión de vida no se oyó, pero se sintió en todo el universo.
Meteoro se enfrió y ahora más tranquilo mira de cerca a Adiv y la Tierra.
- ¿Y Adiv, abuelo?
- Adiv eres tú, hijo mío- dijo el abuelo- Y yo. Y todos formamos parte de él. Por eso cuando a ti te hacen daño, también me lo hacen a mi, porque todos somos vida.
- ¿Y los papás de Adiv, abuelo?
- Nacieron al igual que Adiv de tus preguntas.
Adiv se desplomó en la Tierra formando inmensas cataratas de agua y vida. Sus enredaderas se enraizaron en los sitios más húmedos y cálidos del planeta, y tus sueños migran con las mariposas a un país que solo tú podrás imaginar.
Y ahora, duerme…

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